miércoles, 4 de agosto de 2010

200 kilómetros

Presentación del campamento a los niños, ayer lunes
La vida en El Portal pasa muy deprisa. No te das cuenta de que estás terminando una cosa cuando ya tienes que hacer la siguiente. Nos pasa en la cocina, donde se juntan almuerzo con merienda y merienda con cena, y les pasa a los animadores, para los que el ritmo es aún más frenético (a mí la "prejubilación" me ha traído la oportunidad de compensar con siestas lo que no duermo por la noche).

Sin embargo es de esas cosas que te atrapan (más de la mitad de los animadores de este año repite experiencia), porque tras una jornada agotadora, en la que entre el calor y el ajetreo, no queda aliento, las sonrisas que se despertarán por la mañana en los 46 niños y niñas que este año están subiendo a los talleres te hacen olvidarte de ti mismo y se convierten en el mejor combustible que mueve la vida de los 19 (la semana que viene seremos 20) personajes que formamos esta comunidad temporal en la casa de las Hermanas.

Sí, aquí se duerme poco, porque siempre hay algo que hacer (aunque sea charlotear con un compañero sobre lo que estás sintiendo), ya sea preparar materiales, presentaciones, juegos, canciones, escribir en el blog, compartir la oración para despedir el día, o aprovechar que los baños se quedaron en penunbra para una ducha relajante en la soledad tranquilizadora de la noche.

¡Muy buen equipo de trabajo!
El macking off del decorado
Afortunadamente, el equipo de animadores de este año, con la buena dirección de Mariu, Soraya, Pepe y la hermana Aranza, se está mostrando eficaz y las tareas se resuelven con agilidad. La gente sabe lo que tiene que hacer (¡cómo han crecido nuestras niñas de Salle Joven!) y actúa en muchas ocasiones anticipándose y sin que haya que decir las cosas. Incluso, cuando hay algún descuido o una acumulación de trabajo en algo, corriendo el equipo sale al rescate y lo resuelve en un abrir y cerrar de ojos (si los tres que tenían que fregar hoy lo hubieran hecho solos, con el "banquetazo" que se ha formado en un momento, aún estarían liados). Así da gusto... Que todavía me acuerdo yo de otros años en los que algunas/os tenían un velcro en las posaderas y no había manera de despegarlas/os del sofá...

Entre los pucheros y fogones la vida es distinta. El trabajo se concentra más a determinadas horas, y uno se puede permitir ciertas licencias. Cuando tengo que ir a Jerez a los recados, sí que lo llevo peor, porque el reloj corre más que yo, y mi compañera de cocina, mi hermana Juana Mari (hermana de fe y andanzas, y Ángel de la Guarda de toda esta comunidad temporal), se queda sola para afrontar la contrareloj de la hora antes del almuerzo o la cena. Espero que las compras ya se vayan reduciendo, y así yo me desacelere un poco.

No sólo entre fogones, también al volante
Coger el coche y salir de aquí a veces apetece, por reengancharte al mundo (no vemos tele, apenas escucho la radio, no me están trayendo los periódicos que pedí, y casi no salimos de la casa de las Hermanas -ni falta que hace, porque aquí tenemos todo lo necesario- ya que, salvo los días de piscina, los talleres son aquí), pero camino del mayorista de bricolage, de los distintos bazares chinos y de los supermercados, a veces estoy más tiempo fuera que dentro. Sin darme cuenta, mañana, quinto día de campamento, sobrepasaré con creces (toca excursión a Torrecera, casi a 30 kilómetros de El Portal) los 200 kilómetros recorridos desde que salí de casa el sábado con destino, como no de un Hipermercado antes de venir a El Portal.

Sin embargo, esos 200 kilómetros son los que permiten que el salón de la casa de las Hermanas se haya transformado un año más y enmarque las hazañas de las olimpiadas, que es el tema de la ambientación de este año; que los niños estén preparando ya las banderas de sus países imaginarios con mástiles de palos de fregona; que hoy hayamos podido celebrar con Lidia su santo; que Mario llegara a tiempo para comer el primer día; que Bea se queje de que como le dé de comer tanto, su madre no la va a dejar volver a casa...

Apenas puedo disfrutar de las sonrisas de los niños, pero el simple hecho de verlos llegar ilusionados por la mañana, y las historias que cada día no paran de contar los animadores, especialmente presentándolas a Dios en las oraciones, me dan combustible para hacer 200 kilómetros o los que haga falta.

Los macarrones de este medio día, con sus comensales

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