sábado, 18 de septiembre de 2010

Dios no me pide, me invita

Escribo desde una convivencia con un grupo de universitarios de primer año. Es el grupo de Discernimiento (desde el Secretariado de Pastoral se ha cambiado la nomenclatura, pero como no entiendo que vuelvan a ser Maduración 2 otra vez, y además creo que ya no sólo hay que madurar, sino tomar compromisos serios, pues me quedo con la nomenclatura antigua).

Ahora es tiempo de silencio y aprovechando que Leti y Juana Mari han empezado ya con la comida y que Mariu se ha ofrecido a ir a recoger a una chica que se incorpora ahora (más vale tarde que nunca), he decidido traducir mi silencio en un post y compartir la reflexión-oración que me está acompañando.

Imagen de www.cruzblanca.org/hermanoleon
La convivencia tiene como temática y lema "Unigidos para...". La mayoría de los que están aquí se van a confirmar próximamente, y otros, aunque han decidido esperar, parece que quieren continuar en el grupo. A todos, lo que les estamos planteando es que ahora, que llega la edad y el momento de empezar a tomar decisiones y de diseñar su propia vida, opten también por el plan de Dios y caminen tras los pasos de Jesús, vayan hacia donde vayan, acaben donde acaben.

Ayer reflexionamos sobre el sacramento de la confirmación, partiendo del libro de José María Castillo "Teología para comunidades". El capítulo 19 de esa publicación se titula Confirmación: la lucha por la justicia. Tras hacer un recorrido histórico por el sacramento y su origen, este teólogo analiza el sentido de la confirmación desde sus dos momentos principales, como son la unción y la imposición de manos. El cristiano que se confirma, acepta desde su libertad y madurez, una misión en la Iglesia y esa misión, si estamos hablando de acercarnos al modelo de vida de Jesús de Nazaret y de construir el Reino de Dios, no puede ser otro que trabajar por un mundo justo, donde todos seamos hermanos, desde su pleno sentido de igualdad.

Las pistas de Castillo fueron conduciendo reflexiones posteriores, hasta una oración de adoración de la Cruz con la que cerramos el día de ayer. Dejemos que Dios nos hable y nos diga qué quiere de nosotros.

Y esta mañana desayunábamos con el hermano Miguel Tena, lasaliano que ha estado guiando los tres últimos años el Distrito de Andalucía y que ahora vuelve al contacto directo con los niños en el colegio de Sanlúcar. El hermano nos aportó una perspectiva distinta y reorientó corectamente la pregunta que ayer lanzaba a los miembros del grupo. Miguel ha compartido con nosotros su convencimiento de que Dios no nos exige ni nos pide algo concreto, simplemente porque eso significaría que después nos iba a pedir cuentas de lo hecho. 

Dios, que nos ha hecho libres, nos presenta su proyecto a través de la vida, palabras y obras de Jesús. En nosotros está el seguirlo o no (Maestro ¿dónde vives?. "Venid y lo veréis", que es como decir, mira quillo, si de verdad quieresa saber de mí, acércate, conóceme, mira y participa de lo que hago, y tú mismo sacarás tus conclusiones, pero nadie te obliga. Te invito, pero no es obligatorio...).

El Padre bueno sí que nos habla, y muchas veces nos dice cosas concretas de su proyecto que Él tiene reservadas para nosotros, pero Dios no nos las exige, simplemente, y con mucho cariño, nos las ofrece, nos orienta. Ahora le toca a uno dar el paso y ser consecuente consigo mismo si ha decidido que Dios es el centro de su vida, y que Jesús es su modelo y su camino.

Por eso, una confirmación consecuente es cuando uno está plenamente decidido a aceptar el ofrecimiento de Dios y a poner una misión a esos puntos suspensivos de "ungidos para...". Una confirmación, cuando no se está dispuesto a aceptar las ofertas de Dios, se convierte, para disfrute de los que quieren una Iglesia vacía, en un acto social en el que, entre la lista de invitados, se nos olvidó poner al Padre.

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